lunes, 1 de marzo de 2010

MATE



Cuando la torre se le cruzo, El Rey hacía rato que estaba cansado de correr, del calor y de su dignidad siempre defraudada. En diagonal, el perfil exhausto de un peón que con cierta timidez lo amenazaba con la espada; a lo lejos, casi del otro lado del tablero, la sonrisa sádica de La Reina; en línea recta, a varias casillas de distancia, otro peón enemigo se coronaba y comenzaba a crecer de tamaño y a adoptar modales femeninos – no podía hacerlo, si no recordaba mal las reglas, y sin embargo lo hacía. Le vino a la memoria aquel alfil melancólico que una vez le había susurrado, tieso y sin sacar la vista del frente, antes de empezar la partida: “Su Majestad, hay muchos peor que usted. Para empezar, yo...” En ese momento El Rey había asentido marcialmente, pero en su interior había pensado “Como si eso fuera un consuelo...”. Después La Reina había arengado a los suyos y todo había sido confusión. Ahora pensaba algo parecido. A su alrededor ya sólo quedaban muertos, a excepción de un peón lejano al que remataban dos caballos. Mientras sentía un zumbido vibrante y después el aliento de La Reina a sus espaldas – ¡cómo le gustaban esas barriditas invisibles a la muy puta! – mientras un alfil sonreía como un villano de folletín y también le cortaba el paso, El Rey alcanzó a pensar resignado que seguramente mañana habría otra partida.